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Nara

Nara es uno de los paseos más típicos de Japón, sobre todo por la presencia de ciervos que circulan libremente en los parques. Y es así pero la verdad me dieron un poco de impresión, los chiquititos se parecen a Bambi pero los más grandes están como domesticados y algunos tienen el pelaje dañado, no sé, es raro. 


Más allá de esto, Nara tiene una larga historia. Fue capital de Japón y conserva edificios tradicionales situados en grandes y hermosos parques. 

Viajamos desde Osaka en tren, una hora aproximadamente, y ni bien dejamos la estación tomamos la calle Sanjo dori, muy agradable, con algunos cerezos todavía en flor. Los negocios estaban cerrados aún por la mañana pero con el correr del día se fueron llenando de visitantes. 

Sanjo dori St.

Luego nos adentramos en los parques y allí encontramos los primeros ciervos (hay unos 1200 en el parque) que realmente andan por ahí sin problema y son bastante amigables, sobre todo si les ofrecen galletas. 

Luego seguimos camino al templo Todai-ji, el más imporntante de la ciudad donde se encuentra el gran Buda de oro. El paseo hasta allí es muy lindo, por parques que parecen bosques, en los que hay varios templos más pequeños, santuarios y otros edificios históricos. En un buen día como el que tuvimos es un placer caminar por ahí. 



El templo budista Todai-ji fue fundado durante el periodo Nara (710-784), cuando la ciudad de Nara era la capital de Japón. El edificio principal del complejo es la sala Daibutsu-den reconstruida en 1709, luego de dos grandes incendios, que, con sus 57 metros de longitud, es una de las estructuras de madera más grandes del mundo.



El trabajo de la madera es impresionante. La construcción en madera es una tradición central en la arquitectura japonesa, caracterizada por técnicas como el kigumi (ensamblaje de piezas de madera sin clavos), el sashimono (construcción de muebles y objetos de madera con uniones intrincadas), y el uso de kumiko (diseños decorativos de madera sin clavos). Estas técnicas aprovechan la abundancia de madera en el país, su flexibilidad para resistir terremotos y una filosofía de trabajar en armonía con la naturaleza.

Obviamente en estos edicios tan antiguos se requiere restauración y en Japón, como en otros países de Asia, la restauración de edificios históricos de madera implica el reemplazo de piezas dañadas o deterioradas utilizando la misma madera y técnicas de carpintería tradicional.

En esta sala se encuentra la escultura del Gran Buda que fue creada en el año 752. Alrededor de 2,6 millones de personas se unieron para crearla con el objetivo de desear la felicidad para todas las personas. La estatua en sí se conoce como «Daibutsu» en japonés, donde «dai» significa gigante y «butsu» significa buda.
 


Su expresión pacífica es realmente hermosa. Además me gustaron mucho las figuras de plantas e insectos que lo rodean.


Niō (también conocidos como Kongōrikishi), guerreros o deidades protectoras que custodian al Buda

En este templo, como en muchos otros, van a encontrar unas personas dedicadas a escribir los Goushin, sellos honorables, combinación de caligrafía y sellos tradicionales, que suelen incluir el nombre del templo o santuario y, a veces, imágenes relacionadas. Suelen coleccionarse en libretas especiales pero, como con casi todo en tiempos de Instagram y Tik Tok, se convirtieron en moda y hay colas larguísimas para obtener los sellos. 


Algo que me encanta de los templos y santuarios son estas tablillas de madera llamadas Ema, utilizadas por los visitantes para escribir sus deseos, oraciones o agradecimientos a los dioses o espíritus, y luego se cuelgan en un lugar designado dentro del recinto del templo o santuario.


Luego visitamos el Nigatsu-dō que también forma parte del complejo del Todai-ji, sobre una colina. Fue fundado en el año 752 pero quedó destruido en 1667 debido a un incendio que afectó a la estructura principal, su reconstrucción terminó en 1669.

El ingreso es a través de un camino de linternas de piedra, Tōrō.


Seguimos por los senderos del parque hasta el Santuario Kasuga Taisha, fundado en 768 y reconstruido varias veces a lo largo de los siglos, se caracteriza por las linternas que bordean el camino de acceso y las del interior. Presenta el típico color naranja que simboliza la fuerza de la vida, la protección contra los malos espíritus y el poder divino de Inari, la deidad de las cosechas y el éxito en los negocios. Este color, específicamente bermellón, se utiliza también para atraer la vitalidad y la buena fortuna, siendo un elemento distintivo y simbólico de estos lugares sagrados en Japón.


Con esto terminó nuestro paseo por Nara que en mi opinión es un lindo paseo para medio día aunque no me fascinó. Lo de los ciervos es raro, no son tan lindos ni tan amigables como uno esperaría, pero definitivamente son algo original.

Parece que el dress code era azul y negro 😂



Próximo posteo: Naoshima, la isla del arte y la arquitectura



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