La segunda parada de nuestro viaje por Oriente Medio fue Jordania, un país con una riquísima historia y dos atracciones impresionantes: el Mar muerto, que en realidad es un lago y lo comparte con Israel y Palestina (les suena este trío?), y Petra, la increíble ciudad tallada en la piedra.
Llegamos desde Dubai en un vuelo de Royal Jordanian y en el aeropuerto de Aman alquilamos un auto que usaríamos durante nuestros dos días de estadía en el país. Nos atrevimos a hacerlo porque habíamos leído muchos comentarios de viajeros que decían que las rutas eran seguras y en nuestra experiencia lo fueron y el auto es una buena y económica manera de moverse sin depender de un tour armado o contratar una agencia.
La ruta estaba bien efectivamente aunque nos costó un poco la señalización, no por el idioma (los carteles fundamentales están en inglés) sino porque no nos pareció muy clara. Fundamental el GPS y animarse a preguntar y recomiendo viajar de día porque no hay tantas luces y hay tramos largos en los que no hay nada, sobre todo entre el mar y Wadi Musa.
Después de dar un par de vueltas en círculo encontramos nuestro camino hacia el mar y a medida que dejábamos atrás la ciudad la tierra se hacía más árida y se sentía el descenso hacia la costa. El Mar muerto está a 430 metros por debajo del nivel del mar.
Es mundialmente célebre por su salinidad que y los minerales que contiene el agua pero sobre todo porque estas características hacen que el agua sea tan densa que es imposible hundirse.
A lo largo de la costa hay hoteles, algunos de cadenas internacionales, que tienen acceso privado a la playa y además piscinas, y ofrecen tanto estadías como pases diarios que están entre 30 y 60 dólares con almuerzo incluido. También hay balnearios públicos y pagos. Nosotros optamos por esta opción porque no íbamos a estar mucho tiempo, apenas unas 3 horas, pero con más tiempo los hoteles serían una buena elección. Fuimos a Amman Touristic Beach que cuesta 10 dólares y si bien no es gran cosa, hay acceso a la playa, piscinas, baños con duchas y lockers, un restaurante y un kiosco.
Pero lo importante es llegar al mar y la verdad es que es una experiencia rarísima.
Primero el agua parece aceite, es súper densa y la piel queda como bañada en aceite de oliva y es tan salada que una sola ducha no alcanza para quitar la sazón.
Segundo, es cierto que es imposible hundirse, casi que hay que esforzarse por tirarse para atrás para hacer la plancha pero una vez que se logra es lo más fácil del mundo porque no hay que agarrarse de nada para flotar.
Tercero, el piso es como de mármol y resbala bastante.
Cuarto, cuídense mucho de que les entre agua en los ojos, a mí me pasó y no les cuento como arde!
Las imágenes no alcanzan a mostrar lo que les cuento pero créanme y, si tienen oportunidad, no se pierdan de vivir esta rareza.
Antes de terminar quisiera contarles un pensamiento que tuve mientras estaba ahí, flotando. La franja de tierra que apenas se distingue a lo lejos es Israel, o tal vez Palestina aunque para el caso no importa, y todos sabemos los enormes conflictos que hay en la frontera de estos países. Por eso me preguntaba cómo es que, a pesar de tanta tensión, nosotras podíamos estar tranquilas, disfrutando de esa maravilla, y lo único que se me ocurrió es que la vida es así, la vida sigue y hay que tratar de disfrutarla al máximo. Aún así en cada lugar que visito trato de no olvidar la realidad y entender, aunque sin asustarme, que el mundo como lo conocemos es muy frágil.
Pero basta de pálidas. Próxima parada: Petra!
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