Vuelvo a la serie sobre Colombia y esta vez llegamos a la playa: Santa Marta y Parque Tayrona.
La cosa empezó con un vuelo Medellín - Barranquilla con escala en Bogotá que salió con casi tres horas de retraso. Finalmente llegamos a Barranquilla como a la 1 y desde ahí teníamos que ir en micro hasta Santa Marta.
Nos habían dicho que Barranquilla no era muy atractiva y lo poco que vimos nos lo confirmó, aunque nunca entramos a la ciudad propiamente dicha, estuvimos siempre en los suburbios. Tomamos un taxi desde el aeorpuerto hasta la terminal de buses ($C 12.500) que resultó ser un parador que parecía medio trucho. De todos modos el bus era bastante bueno, el viaje sería de casi tres horas ($C 10.000 c/u). El comienzo del camino fue algo lento porque tuvimos que cruzar un puente donde estaban haciendo arreglos y por el que pasaba un cortejo fúnebre como los de antes: la familia cargando el ataud y los demás deudos caminando detrás.
En el camino notamos toda la zona bastante más pobre que los otros lugares que habíamos visitado y además era un área innundable, no por nada había por ahí un barrio llamado Ciénaga. Las afueras de Santa Marta eran similares pero, a medida que nos acercamos al centro turístico de la ciudad, empezaron a aparecer grandes edificios de hoteles y departamentos sobre la playa y toda el área estaba más desarrollada. Por allí vimos el famoso tren de Santa Marta que hoy sólo está de adorno (Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía... decía una canción que yo ni conocía). El bus nos dejó en la terminal y desde ahí tomamos un taxi ($C 10.000) hasta el Rodadero, la zona donde estaba nuestro hotel, el Tamacá Beach Resort Hotel.
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Ni bien entramos hubo problemas porque nosotras habíamos reservado una habitación para tres pero en la habitación, muy linda y con vista al mar, había sólo dos camas. Protestamos pero les parecía lo más normal del mundo que dos de nosotras tuvieramos que compartir la cama! Seguimos protestando (especialmente Gisela y Marisú porque yo no soy buena para eso) y nos ofrecieron agregar una cama entre las dos que había. Finalmente desistimos porque ibamos a quedar demasiado apretadas y porque estábamos perdiendo un día de sol en discusiones. Al final nos relajamos y bajamos a la pileta, que está muy buena, tomamos sol, comimos algo y dimos una vuelta por la paya.
Santa Marta es un balneario muy popular para colombianos, como Mar del Plata para nosotros, no es espectacular, la playa no es demasiado linda (es tipo Bristol), pero tiene onda y si se está en un buen hotel con pileta se la puede pasar muy bien.
La ciudad tiene varios sectores: el centro, bastante caótico pero con una costanera linda; el Rodadero, a diez minutos del centro, donde hay departamentos que se alquilan durante las vacaciones, muchos hoteles y lugares para comer, tomar algo y comprar; y otro sector de hoteles, algo más alejado, donde hay hoteles como el Decamerón. No recorrimos casi el centro pero por lo que vimos no tiene playa si no puerto, nosotras elegimos el Rodadero porque sabíamos que concentraba la actividad turística pero había ciudad más allá de los límites del hotel, y no nos equivocamos, es una zona linda, con mucha actividad y montones de opciones para salir. La otra zona de hoteles está demasiado lejos y no hay nada más para ver.
Salimos a pasear después de cenar en el hotel y, además de la típica calle donde hay lugares para comer y comprar artesanías, descubrimos que todos iban a la playa a tomar algo y escuchar música. Ponen sillas de plástico y pequeñas bandas compiten por atraer la mayor cantidad de gente y se quedan bailando hasta bien tarde!
La vida de hotel es buenísima: tremendos desayunos, pileta, reposeras, sol y qué más hace falta? Así pasamos la mañana de nuestro segundo día en Santa Marta y al mediodía salimos a comer en un chiringuito de la playa. Nos convenció de ir a su bolichito un colombiano súper versero que decía puras tonteras pero que nos recomendó un pargo rojo con arroz con coco que estuvo riquísimo y barato ($C 30.000 p/las tres).
Ese día era el cumpleaños de Marisú, primero lo celebramos con una tortita riquísima en el hotel y a la noche nos arreglamos un poco y, después de cenar, nos fuimos a Burukuka, el lugar de moda, un bar-restaurante-boliche muy lindo y con una vista increíble hacía la bahía. Música colombiana a full (nada de Shakira), un lindo rato en una noche hermosa y después a dormir bien porque al día siguiente empezaba nuestra aventura en el Parque Tayrona.
La cosa empezó con un vuelo Medellín - Barranquilla con escala en Bogotá que salió con casi tres horas de retraso. Finalmente llegamos a Barranquilla como a la 1 y desde ahí teníamos que ir en micro hasta Santa Marta.
Nos habían dicho que Barranquilla no era muy atractiva y lo poco que vimos nos lo confirmó, aunque nunca entramos a la ciudad propiamente dicha, estuvimos siempre en los suburbios. Tomamos un taxi desde el aeorpuerto hasta la terminal de buses ($C 12.500) que resultó ser un parador que parecía medio trucho. De todos modos el bus era bastante bueno, el viaje sería de casi tres horas ($C 10.000 c/u). El comienzo del camino fue algo lento porque tuvimos que cruzar un puente donde estaban haciendo arreglos y por el que pasaba un cortejo fúnebre como los de antes: la familia cargando el ataud y los demás deudos caminando detrás.
En el camino notamos toda la zona bastante más pobre que los otros lugares que habíamos visitado y además era un área innundable, no por nada había por ahí un barrio llamado Ciénaga. Las afueras de Santa Marta eran similares pero, a medida que nos acercamos al centro turístico de la ciudad, empezaron a aparecer grandes edificios de hoteles y departamentos sobre la playa y toda el área estaba más desarrollada. Por allí vimos el famoso tren de Santa Marta que hoy sólo está de adorno (Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía... decía una canción que yo ni conocía). El bus nos dejó en la terminal y desde ahí tomamos un taxi ($C 10.000) hasta el Rodadero, la zona donde estaba nuestro hotel, el Tamacá Beach Resort Hotel.
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Ni bien entramos hubo problemas porque nosotras habíamos reservado una habitación para tres pero en la habitación, muy linda y con vista al mar, había sólo dos camas. Protestamos pero les parecía lo más normal del mundo que dos de nosotras tuvieramos que compartir la cama! Seguimos protestando (especialmente Gisela y Marisú porque yo no soy buena para eso) y nos ofrecieron agregar una cama entre las dos que había. Finalmente desistimos porque ibamos a quedar demasiado apretadas y porque estábamos perdiendo un día de sol en discusiones. Al final nos relajamos y bajamos a la pileta, que está muy buena, tomamos sol, comimos algo y dimos una vuelta por la paya.
Santa Marta es un balneario muy popular para colombianos, como Mar del Plata para nosotros, no es espectacular, la playa no es demasiado linda (es tipo Bristol), pero tiene onda y si se está en un buen hotel con pileta se la puede pasar muy bien.
La ciudad tiene varios sectores: el centro, bastante caótico pero con una costanera linda; el Rodadero, a diez minutos del centro, donde hay departamentos que se alquilan durante las vacaciones, muchos hoteles y lugares para comer, tomar algo y comprar; y otro sector de hoteles, algo más alejado, donde hay hoteles como el Decamerón. No recorrimos casi el centro pero por lo que vimos no tiene playa si no puerto, nosotras elegimos el Rodadero porque sabíamos que concentraba la actividad turística pero había ciudad más allá de los límites del hotel, y no nos equivocamos, es una zona linda, con mucha actividad y montones de opciones para salir. La otra zona de hoteles está demasiado lejos y no hay nada más para ver.
Salimos a pasear después de cenar en el hotel y, además de la típica calle donde hay lugares para comer y comprar artesanías, descubrimos que todos iban a la playa a tomar algo y escuchar música. Ponen sillas de plástico y pequeñas bandas compiten por atraer la mayor cantidad de gente y se quedan bailando hasta bien tarde!
La vida de hotel es buenísima: tremendos desayunos, pileta, reposeras, sol y qué más hace falta? Así pasamos la mañana de nuestro segundo día en Santa Marta y al mediodía salimos a comer en un chiringuito de la playa. Nos convenció de ir a su bolichito un colombiano súper versero que decía puras tonteras pero que nos recomendó un pargo rojo con arroz con coco que estuvo riquísimo y barato ($C 30.000 p/las tres).
Ese día era el cumpleaños de Marisú, primero lo celebramos con una tortita riquísima en el hotel y a la noche nos arreglamos un poco y, después de cenar, nos fuimos a Burukuka, el lugar de moda, un bar-restaurante-boliche muy lindo y con una vista increíble hacía la bahía. Música colombiana a full (nada de Shakira), un lindo rato en una noche hermosa y después a dormir bien porque al día siguiente empezaba nuestra aventura en el Parque Tayrona.
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